Hemos llegado ahora al final de nuestro Deadpool Month, y quisiera plantearles ahora una pregunta a propósito de los fines de ciclos: ¿Alguna
vez se han imaginado lo que harían en caso de un apocalipsis zombi? Cierto
gigante de la industria del cómic lleva diez años lucrando con nuestra paranoia
acerca de uno de los escenarios posibles; pero por ahora esa historia no nos
interesa. Lo que sí queremos escuchar es
la opinión de nuestro bienquerido mercenario bocón, y al parecer todo se resume
en los siguientes tres paneles:
Una
vez más Cullen Bunn, el amo de las mini-series autoregenerativas, nos trae un
estelar de Deadpool, justo a tiempo para no enloquecer con el nuevo “fresh start” de todo el universo Marvel
apodado el all new marvel now (que
ya dejó de ser novedad, es más… ya dejó de ser chistoso, y comienza a ser
molesto). Si es una burla directa de la
serie de zombis que ha recolectado fans a diestra y siniestra por más de 10
años ya, lo dejo a la opinión del lector. Pero ya les he dado (en la Figura 1)
una pequeña muestra del arte de interiores. Lo que todos ustedes deben saber
acerca de esta nueva mini-serie es que Bunn explora el más serio de los
escenarios en el que jamás habremos visto a Deadpool: el extraño e improbable
caso de que el mercenario bocón sea el último superhéroe sobre la faz de la tierra.
De
la mano de Ramón Rosanas, quien trabaja desde Barcelona no sólo para La casa de
las ideas, sino para un montón de editoriales, agencias de publicidad y de
corporaciones (la lista completa, aquí: http://ramonrosanas.com/about/),
nos llega un Deadpool con un poco más de líneas de expresión en el rostro de lo
que estamos acostumbrados. Se trata de un trabajo que no imita sino que
actualiza la imagen del héroe negro y rojo en un entorno que hace una burla-homenaje
a esa manera de ver a los zombis que se nos ha impuesto por los últimos años.
Se
agradece, por ejemplo, el detalle visceral sin llegar a ser ofensivo o de mal
gusto; las salpicaduras sanguinolentas en negro profundo; y los manchones de
baba blanquecina en un mundo en escala de grises; que, coordinados con los
comentarios al margen del mercenario bocón (al parecer sacados directamente del
script burlón del escritor), nos hacen reflexionar acerca de los motivos que se
van volviendo clásicos (por no decir clichés) en este tipo de series: el muscle
car de los héroes de la resistencia, la villa inmaculada de los últimos hijos
de la esperanza; los niños que, a través de su actitud guerrera provocan la
ascensión del héroe a posición de semidiós tan sólo para hacerlo caer en la
desesperanza cuando sucumben al virus letal… en fin, todos esos nuevos lugares
comunes de las historias del apocalipsis que tanto amamos como fanáticos del cómic.
Eso
sí, la historia vale la pena no solamente por el giro artístico en cuanto al
trazo, la paleta de color (que no escoge a un deadpool totalmente rojo carmesí,
sino más bien uno tendiente hacia el ocre rojizo-naranja), y el manejo del
detalle visual, sino por los giros que va dando la historia en cada uno de los
números publicados. Porque, no me van a decir que, terminando el número dos,
ninguno de ustedes se sorprendió cuando las adorables viejecitas que encuentran
a nuestro mercenario no resultan ser lo que pensábamos que serían.
Sin
ánimos de arruinarles su lectura, me despido con una última advertencia: si ya
va siendo hora de que Deadpool se tome en serio su papel de superhéroe quizás
estamos anunciando el advenimiento del fin de la era de los cómics.
Hasta
el siguiente apocalipsis zombi, old sports!